Abre los ojos
A lo mejor un día te levantas pones la radio y no funciona. Intentas encender la luz para salir del cuarto y tampoco va. A tientas y a ciegas deambulas por el pasillo hasta llegar a la cocina, enchufas la cafetera y no hay respuesta. Vas al baño, no sale agua del grifo, la cisterna ni se inmuta cuando tiras de la cadena. Todo indignado coges el teléfono, no hay línea. Recurres al móvil tampoco da tono. Estas incomunicado.
Abres la puerta de casa y llamas al ascensor, ¡ja! Iluso. Te toca bajar las escaleras de tu séptimo piso a pie. Mientras maldices y blasfemas, bajas los escalones de uno en uno porque es demasiado temprano y la luz que entra por las ventanas de la escalera no es demasiado intensa. Llegas a la calle. Buscas a alguien, acudes a la cabina, corres en todas las direcciones, pero no encuentras a nadie. No hallas la más mínima huella de existencia humana.
Caminas de un lado a otro. Acudes a donde crees recordar que vivía tu mejor amigo, pero su casa es un solar. Te intentas tranquilizar... respiras... uno, dos, tres... Se te nubla la vista. ¡A la Universidad! Allí seguro que hay alguien. Llegas y no hay campus, ni nada. Un edificio con carácter impersonal se levanta en donde “años ha” había una facultad de letras. El edificio no tiene ventanas.
Decides actuar rápido, sin pensar. Echas a correr en dirección al Parque Grande, no está. Al Hospital, ha desaparecido. Al Capone, no existe. ¿Qué coño está pasando?
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