Cien minutos de ansiedad
El tren se paró de seco en la estación de Soto, tan sólo unos minutos después de salir de Calahorra. Tuve que dejar a un lado la lectura de Cien años de Soledad, ya que el tren se sumió en una oscuridad intensa. Desconcertados, los pasajeros permanecimos en silencio, desorientados, en busca de una solución rápida, por lo menos a mí, no me hacía ninguna gracia estar parados en los railes.
Unos gritos provenían de la parte delantera. El maquinista llamaba a la revisora. Esta pasó veloz a nuestro lado eludiendo las quejas y preguntas de los que allí estábamos sentados. Minutos de confusión. Al final, el cercanías reanudó la marcha y pude de nuevo imbuirme en el realismo mágico de García Márquez.
Al poco tiempo, saltó el aire acondicionado. Estábamos a 27 de diciembre, ¡menos mal que llevábamos nuestros abrigos! A pesar de todos los inconvenientes, pude terminarme el libro. El traqueteo del tren permitió que al finalizar pudiera cerrar los ojos y pensar en Macondo, en la soledad, en la familia...
Minutos después llegaba a Zaragoza. En la estación también parecía que habían enchufado el botón on en la refrigeración, de hecho creí ver un pingüino en el andén contiguo que esperaba con cara de angustia la llegada de un AVE que venía con retraso.
Salí a la calle. La cencellada me recibió humedeciendo mi cara, cumpliendo el papel que tendrían que haber hecho mis ojos con la lectura. La imagen triste de la ciudad me hacía evocar la tristeza de Macondo, el abandono del pueblo y la crisis tras los años de diluvios con la distancia que en la capital aragonesa nunca llovería más de dos días seguidos.
Al llegar a casa la "Epidemia del Insomnio" me invadió. Temiendo olvidar lo mucho que había disfrutado con el libro, decidí anotarlo en este papel. Lo que la memoria olvide, la letra lo recordará: Recomendar Cien años de Soledad.
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Anónimo -