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SIENTO DEJAR ESTE MUNDO SIN PROBAR PIPAS FACUNDO

FORASTEROS EN BARCELONA

FORASTEROS EN BARCELONA  

 

Fue un día duro. Un día que comenzó a las 9 de la mañana a cientos de kilómetros de ese bar. Con la primera luz del día partieron. El trayecto en el autobús no se hizo nada pesado. Las conversaciones se alternaban con las cabezadas y con la lectura de un libro comprado con urgencia en la Fnac. La intención era pasar el día en la ciudad condal, disfrutando de todo lo que les pudiera ofrecer. Barcelona era simplemente un paso intermedio,significaría sólo horas previas al gran viaje que iban a emprender. Pero Barcelona engancha y al final del día, los sueños y la imaginación de los dos amigos querían quedarse allí.

 

Una vez llegados a la Estación del Norte y habiendo dejado como bien pudieron el equipaje dentro de una consigna (por la cual tuvieron que pelearse con varios grupos que pretendían ocupar la única que quedaba libre) por fin respiraron tranquilos. Estaban en Barcelona, en la Estación del Norte, lejos de casa. La sensación de sentirse extranjero en tierra ajena, es una emoción que les gustaba. Les liberaba de la tensión de lo conocido. Les permitía ser más ellos mismos, sin la presión que ejerce la rutina. Descubrir en cada persona un rostro nuevo o en cada edificio un balcón diferente era motivo de alegría. Salieron a explorar la ciudad, sin plano, sólo con la intuición de que las calles les guiarían hacia donde el destino los quisiera llevar.

 

Sus pasos lentos y distraídos los condujeron al barrio del Borne. El mercado de la Boquería estaba cerrado, en obras. Deambularon por las estrechas calles y curiosearon los bares, restaurantes, las tiendas e incluso los portales. Uno de ellos tenía una obsesión extraña por las escaleras. Una vez pasó más de 20 minutos fotografiando y analizando cada detalle de las escaleras del Museo Guimet. Los patios interiores catalanes no despertaron tanta admiración en él, sin embargo no se privó de observarlos con detenimiento. Mientras, ella paseaba por las calles, absorta en pensamientos y pendiente de una llamada que nunca llegaba. Se detuvo ante un vendedor ambulante que exponía en el suelo una serie de fulares de colores llamativos. No lo pudo remediar y compró dos.

 

Se reunieron al final de la calle. Él con la imagen de la escalera en la memoria, ella con un par de pañuelos en el bolso. Continuaron la marcha. Hablaban, reían, recordaban anécdotas pasadas ajenas a Barcelona. Cada rincón les parecía bonito. Comieron en un restaurante caro, por encima de sus posibilidades, pero al fin y al cabo, estaban de vacaciones. Se lo merecían.

 

El día transcurrió movido. Recorrieron las Ramblas. Observaron los puestos de animales. Ella quiso comprar un conejo blanco, él se negó a seguir todo el día con el bicho a cuestas. Tras disfrutar de espectáculos callejeros que sólo Barcelona ofrece, se adentraron por las calles del Rabal. Fueron testigos de las imágenes más pobres de Barcelona. Prostitutas, camellos, mendigos y turistas todos en una misma calle. Se imaginaban a las prostitutas de otra manera (demasiada influencia de Pretty Woman), sin embargo ellas parecían drogadas y su aspecto era muy enfermizo. Los padrotes les observaban desde puntos estratégicos de la calle y oteaban desde lejos como ellas se abalanzaban sobre los posibles clientes. Algunas podrían ser sus abuelas.

 

Continuaron caminando. Fueron a la calle Tallers a ver discos y tiendas de ropa. Él encontró en una calle contigua una tienda extraña. Vendían ropa militar usada o descatalogada. Vio una camiseta bonita y se la compró. Hablando de todo un poco, anduvieron hasta el Barrio Gótico. La gente se agolpaba por entrar en la catedral. Cansados del trajín del día, decidieron buscar el café Les Cuatre Gats donde se tomaron un café, emulando a la intelectualidad barcelonesa de los años 20.

 

Tenían que hacer tiempo. Hasta las tres de la mañana no debían coger el siguiente autobús que los llevaría a un nuevo destino donde sentirse un poco más extranjeros. Volviendo la vista atrás, recorrieron sus pasos en sentido inverso y regresaron al Borne. Para pasar el tiempo, bebieron. Y siguieron bebiendo de bar en bar.

 

Por casualidad terminaron en un bar regentado por una pareja de argentinos.Entonces se dieron cuenta, de lo mucho que les gustaba Barcelona. El pub les abrió los ojos. Pensaron en las horas y las experiencias que los separaban del inicio de su viaje. Los amigos tras haberse pasado todo el día juntos querían ampliar sus conversaciones y se pusieron a hablar con la camarera. Era una chica atractiva, con carácter. Conversaron sobre fútbol, política y arquitectura. Ella había sido profesora de arquitectura, cosa que a él le fascino. Mientras pasaba el tiempo, el bar se iba llenando. Pronto se unieron a la tertulia, un joven catalán que bebía solo en la barra y una azafata mexicana que acababa de llegar de Ibiza y aún portaba la maleta. Las cervezas siguieron cayendo. De ahí pasaron a la crema de orujo, al ron, al tequila... Los cinco parecían amigos de toda la vida. El garito cerró, pero eso no significo que la fiesta acabara. Era la una de la mañana y todavía quedaban dos horas para que los jóvenes forasteros partieran.

 

Dafne, la chica mexicana, invitó a todo el mundo a su casa. Vivía cerca de allí, alquilada, en un piso sin ascensor. Subimos entre todos la maleta. La casa era agradable y acogedora. Estaba llena de fotografías. Pronto la anfitriona sacó una botella de un licor típico del otro lado del Atlántico. Aquello sabía a rayos, pero había que beberlo. La noche continuó con risas, promesas, conversaciones subidas de tono, heridas y besos. No obstante, sonó la alarma. Era la hora. Los amigos tenían que coger el bus, sin motivación, puesto que querían continuar pasando la noche con aquellas amistades efímeras. Imaginaron su vida allí, decidieron que cada noche visitarían  el mismo bar y compartirían parte de sus vidas con aquellas personas. Eso no era posible, el viaje continuaba. Era como la vida, todo pasa y ese momento desde que comenzó a sonar la alarma empezó a ser pasado.

 

A pesar del alcohol, las prisas, y la desorientación que producen las calles cuadriculadas de Barcelona, él y ella llegaron al autobús. Empezó una nueva aventura, pero eso es otra historia.

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