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SIENTO DEJAR ESTE MUNDO SIN PROBAR PIPAS FACUNDO

Relatillos

La Ciencia del SueƱo

La Ciencia del Sueño  

Esta es una historia inventada. Unos hecho imaginados un día de lluvia de enero. Unos personajes ficticios que realizan actos irreales. Pseudo alter egos recorriendo autopistas de papel y tinta.

 

Mientras fuera hace frío, el calor de la calefacción central derrite mi cerebro y me hace aletargarme en el sofá mientras en la televisión aparece Ross y Rachel discutiendo de nuevo sobre una lista de defectos de ella. Parezco alejarme poco a poco de la realidad. Cuando abro los ojos hay un círculo bajo mis pies. Si lo pisoteo con la suficiente fuerza podré liberar de la nostalgia y la tristeza a una persona querida. Salto encima con toda la pasión y esperanza posible. Me quemo los pies, pero no me importa quiero que la capa sucia del redondel desaparezca y que mi amiga sea feliz. La hago desaparecer, pero suena el teléfono. Ella no puede disfrutar sólo con eso, ahora tengo que conseguir que una bola de algodón blanca se vuelva roja. Todo con el esfuerzo de la mente. Me concentro, pienso en un libro que leí hace años sobre el poder de la percepción. Cierro los ojos, cuento uno, dos, tres...abro de golpe los párpados pero el algodón sigue siendo del color de la nieve. Por mucho que me esfuerzo no consigo la metamorfosis del dichoso algodoncito. Un último intento mmmmmm y ¡zas! Se ha vuelto rojo.!Ya puede ser feliz!. Pero tampoco funciona.

Cansada de tanto reto me doy por rendida y salgo corriendo de allí. Mientras esprinto, salen lagrimas de mis ojos, porque por mucho que me esfuerce no puedo hacerlo yo sola, necesito ayuda.

Un espasmo me despierta, la lluvia me ha desvelado, era un sueño. No existen círculos, ni algodones. Llamo a mi amiga:

 

-Hola, soy yo ¿Qué tal estás?

-Bueno... podía estar mejor, pero no me puedo quejar. Y ¿tú?

-Bien, pero estaba preocupada por ti...

-¡Anda! ¿Por qué?

-Nada déjalo, debe ser la lluvia que me afecta. Mañana nos vemos en la biblioteca.

 

Vuelvo al sofá, me acurruco, y tapada hasta las cejas vuelvo a caer en el sopor... Todo me da vueltas en la cabeza y me vuelvo a encontrar con nuevos e irracionales retos...

No tengo nada que decirte

No tengo nada que decirte

No fue en la calle, ni en un comercio, ni en la biblioteca. ¡No! Tuvo que ser anoche, en aquel bar que nos vio besarnos por primera vez. Bajo los primeros efectos de una cerveza a destiempo, te vi entre la muchedumbre. No quería saludarte e intente escaquearme, fingiendo un malestar repentino. Huí al baño, me lavé la cara e hice tiempo contando las baldosas de la pared. Pasados unos minutos, salí y con la mirada en el suelo recorrí como un fantasma el camino que separaba el lavabo del grupo con el que iba.

Mis amigos, que a perspicaces no les gana nadie, ya se habían percatado de tu presencia en el garito. Me animaron a ir a saludarte. Les hice caso. Me plante delante de ti y salió de mi boca un hilo tenue  de voz: ¡Hola!- no sabía que más decirte. Tus ojos me miraron con desdén y tu saludo sonó seco y distante. Pronto una nube de melancolía e incomodidad pareció inundarnos a los dos y sin mediar una sola palabra cada cual se dio la vuelta y decidió seguir su camino.

Lo que no puede ser, no puede ser.

Relato: Trabajo, Rutina y Autobuses

Relato: Trabajo, Rutina y Autobuses  

La melancolía solía inundar su cuerpo, cada vez con mayor asiduidad. Sin saber el porqué, las lagrimas se amontonaban en sus ojos al despertar y el antes dulce café se tornaba en el más amargo elixir que la despertaba del letargo nocturno.

             Todo era rutina. El trabajo, la comida, la conversación con los demás. Sentía tristeza y anhelaba un cambio, pero no sabía que clase de mutación necesitaba su vida. Podría ser un deseo oculto de volver hacia el pasado o un ansia tímida de modificar el futuro.  Lo único que tenía claro era que el presente no era suficiente y no sabía la razón. Hay personas, se solía decir a sí misma, que tengan lo que tengan siempre sentirán un gran vacío en su interior por razones que van más allá de la simple lógica humana. Se intentaba convencer de que todo cambiaría, que algún día llegaría un equipaje con el que llenar su maleta. Así transcurría su vida, día tras día, hora tras hora...

             Un día caminando por los oscuros rincones de San Pablo, se sintió feliz. No había respuesta para contestar a su estado anímico. Pero tenía ganas de vivir. Asustada y contrariada por el nuevo sentimiento, decidió sentarse en un portal. Allí tomó aliento, se tranquilizó y soltó una fuerte carcajada que sorprendió a los viandantes. Pensó y se dio cuenta de que la razón de su felicidad se había colado en su vida sin ser consciente de ello. Aquello que más necesitamos es lo que encontramos cuando ya hemos acabado su búsqueda. La respuesta era él. Estaba empezando a sentir algo extraño. En un momento se asustó, pero ¿Cómo había pasado? Se preguntaba. De un pequeño salto se puso en pie y continuó su camino.

           Entró a por su amargó café, pero su sorpresa fue que de nuevo era dulce. Decidió sacar su libreta y concentrándose todo lo que podía, ajena al ruido de la televisión y al humo del tabaco, intentó recordar con todo tipo de detalles cómo había entrado en su vida.

             Vio difusamente en su mente la primera imagen. Era un chico normal, no llamaba la atención para nada. Pelo normal, ojos normales, quizá era su estatura lo que más destacaba de él. Recuerda que se fijó en él porque tropezó torpemente antes de entrar en el autobús. Ella siempre había sentido compasión por los patosos, puesto que ella se consideraba parte de los mismos, así de esta manera tan nimia, supo que existía. Pasó el tiempo y coincidían en el autobús, debido a que eran víctimas de un horario similar. No recaía siempre en él. Muchas veces su mirada se perdía por la ventanilla y observaba la vida de Zaragoza. Sus gentes, sus comercios... Otras veces era la mirada cautivadora de otros hombres lo que la distraía y hacía que el torpe patoso no fuera más que otro pasajero anónimo.

            Con el tiempo se fue familiarizando con su rostro, con sus manos, con sus tristes ropas y empezó a interesase por él. Esperaba cada jornada encontrarlo en la misma parada, absorto en sus pensamientos. Ella poco a poco empezó a ser consciente de que él tampoco había pasado por alto su presencia, y decidió comenzar un juego. Él no le gustaba, pero se divertía al pensar que podría seducirle. No quería nada con el patoso. Su primera estrategia fue establecer un contacto visual. Hacer que sus miradas se intercambiaran guiños y despertaran la imaginación del contrario. Cuando estaba cerca de la parada, guardaba sus oscuras gafas de sol y sacaba a relucir sus ojos negros. Aquel  día, no pudo si quiera verlo, debido al gentío que se amontonaba en la parada. Jugaba el Zaragoza, y los hinchas subían al estadio a rendir homenaje al club de sus amores. La lealtad por el Zaragoza de aquellos hombres, impedía que surgiera la pasión entre ellos. Otro día pensó.

             Llegó el verano y con él la dispersión y las vacaciones. Por suerte o por desgracia, dejó de coincidir con el patoso en el autobús. Ella se fue de vacaciones lejos de tierras mañas, allá donde el mar nace y muere. Su verano fue intenso, lleno de emociones, de llantos, de resacas y de besos prohibidos. El viajar que siempre la había llenado, la mantenía impasible. El traqueteo del tren ya no la dormía, sino que la inquietaba. Era incapaz de cerrar los ojos porque se perdía en la oscuridad de su pensamiento y este cada día le daba más miedo.

            El periodo estival finalizó. Volvió a la rutina de la que había huido. Este era su primer día de trabajo. En la oficina nada había cambiado. Las plantas seguían en el mismo lugar, sus compañeros sonreían falsamente al jefe con unos dientes blancos que resaltaban con el moreno de sus pieles. Se sentía mal consigo misma, inconscientemente la rabia salía de sus dedos cuando escribía en el teclado del ordenador, las teclas se hundían cada vez más y el ruido se iba incrementando a medida que la tarde avanzaba. Salió del trabajo con las gafas de sol puestas. Se dirigió a la parada del autobús. Ya no recordaba al patoso, este había pasado a formar parte de una lista de cosas inacabadas que tenía olvidada en el fondo del bolso. No obstante, aquel día lo vio de nuevo. La primera impresión fue de extrañeza, de compasión porque de nuevo se cayeron de sus manos un montón de papeles. El viaje en el autobús fue rápido, ya que ella había quedado con su prima para repasar la lista de regalos de la boda de su hermana no demasiado lejos del trabajo.

            Tocó el botón de stop del autobús y bajó sin echar la vista atrás, sin acordarse de él. Sin embargo, caminando por San Pablo fue cuando se dio cuenta de todo. Inconscientemente estaba feliz. Y la razón era sin duda la presencia de aquel extraño, de aquel torpe extraño. Un buen rato después, tras la reflexión en el bar, vio como su juego primaveral se había convertido en algo más y que ese hombre despertaba en ella algo diferente a lo que ella preveía en un principio.  De un trago se tomó el café, cerró el cuaderno y salió del bar. Había tomado una decisión, al día siguiente hablaría con él en la parada y lo invitaría a tomar un taxi cuyo destino marcaría el viento...

FORASTEROS EN BARCELONA

FORASTEROS EN BARCELONA  

 

Fue un día duro. Un día que comenzó a las 9 de la mañana a cientos de kilómetros de ese bar. Con la primera luz del día partieron. El trayecto en el autobús no se hizo nada pesado. Las conversaciones se alternaban con las cabezadas y con la lectura de un libro comprado con urgencia en la Fnac. La intención era pasar el día en la ciudad condal, disfrutando de todo lo que les pudiera ofrecer. Barcelona era simplemente un paso intermedio,significaría sólo horas previas al gran viaje que iban a emprender. Pero Barcelona engancha y al final del día, los sueños y la imaginación de los dos amigos querían quedarse allí.

 

Una vez llegados a la Estación del Norte y habiendo dejado como bien pudieron el equipaje dentro de una consigna (por la cual tuvieron que pelearse con varios grupos que pretendían ocupar la única que quedaba libre) por fin respiraron tranquilos. Estaban en Barcelona, en la Estación del Norte, lejos de casa. La sensación de sentirse extranjero en tierra ajena, es una emoción que les gustaba. Les liberaba de la tensión de lo conocido. Les permitía ser más ellos mismos, sin la presión que ejerce la rutina. Descubrir en cada persona un rostro nuevo o en cada edificio un balcón diferente era motivo de alegría. Salieron a explorar la ciudad, sin plano, sólo con la intuición de que las calles les guiarían hacia donde el destino los quisiera llevar.

 

Sus pasos lentos y distraídos los condujeron al barrio del Borne. El mercado de la Boquería estaba cerrado, en obras. Deambularon por las estrechas calles y curiosearon los bares, restaurantes, las tiendas e incluso los portales. Uno de ellos tenía una obsesión extraña por las escaleras. Una vez pasó más de 20 minutos fotografiando y analizando cada detalle de las escaleras del Museo Guimet. Los patios interiores catalanes no despertaron tanta admiración en él, sin embargo no se privó de observarlos con detenimiento. Mientras, ella paseaba por las calles, absorta en pensamientos y pendiente de una llamada que nunca llegaba. Se detuvo ante un vendedor ambulante que exponía en el suelo una serie de fulares de colores llamativos. No lo pudo remediar y compró dos.

 

Se reunieron al final de la calle. Él con la imagen de la escalera en la memoria, ella con un par de pañuelos en el bolso. Continuaron la marcha. Hablaban, reían, recordaban anécdotas pasadas ajenas a Barcelona. Cada rincón les parecía bonito. Comieron en un restaurante caro, por encima de sus posibilidades, pero al fin y al cabo, estaban de vacaciones. Se lo merecían.

 

El día transcurrió movido. Recorrieron las Ramblas. Observaron los puestos de animales. Ella quiso comprar un conejo blanco, él se negó a seguir todo el día con el bicho a cuestas. Tras disfrutar de espectáculos callejeros que sólo Barcelona ofrece, se adentraron por las calles del Rabal. Fueron testigos de las imágenes más pobres de Barcelona. Prostitutas, camellos, mendigos y turistas todos en una misma calle. Se imaginaban a las prostitutas de otra manera (demasiada influencia de Pretty Woman), sin embargo ellas parecían drogadas y su aspecto era muy enfermizo. Los padrotes les observaban desde puntos estratégicos de la calle y oteaban desde lejos como ellas se abalanzaban sobre los posibles clientes. Algunas podrían ser sus abuelas.

 

Continuaron caminando. Fueron a la calle Tallers a ver discos y tiendas de ropa. Él encontró en una calle contigua una tienda extraña. Vendían ropa militar usada o descatalogada. Vio una camiseta bonita y se la compró. Hablando de todo un poco, anduvieron hasta el Barrio Gótico. La gente se agolpaba por entrar en la catedral. Cansados del trajín del día, decidieron buscar el café Les Cuatre Gats donde se tomaron un café, emulando a la intelectualidad barcelonesa de los años 20.

 

Tenían que hacer tiempo. Hasta las tres de la mañana no debían coger el siguiente autobús que los llevaría a un nuevo destino donde sentirse un poco más extranjeros. Volviendo la vista atrás, recorrieron sus pasos en sentido inverso y regresaron al Borne. Para pasar el tiempo, bebieron. Y siguieron bebiendo de bar en bar.

 

Por casualidad terminaron en un bar regentado por una pareja de argentinos.Entonces se dieron cuenta, de lo mucho que les gustaba Barcelona. El pub les abrió los ojos. Pensaron en las horas y las experiencias que los separaban del inicio de su viaje. Los amigos tras haberse pasado todo el día juntos querían ampliar sus conversaciones y se pusieron a hablar con la camarera. Era una chica atractiva, con carácter. Conversaron sobre fútbol, política y arquitectura. Ella había sido profesora de arquitectura, cosa que a él le fascino. Mientras pasaba el tiempo, el bar se iba llenando. Pronto se unieron a la tertulia, un joven catalán que bebía solo en la barra y una azafata mexicana que acababa de llegar de Ibiza y aún portaba la maleta. Las cervezas siguieron cayendo. De ahí pasaron a la crema de orujo, al ron, al tequila... Los cinco parecían amigos de toda la vida. El garito cerró, pero eso no significo que la fiesta acabara. Era la una de la mañana y todavía quedaban dos horas para que los jóvenes forasteros partieran.

 

Dafne, la chica mexicana, invitó a todo el mundo a su casa. Vivía cerca de allí, alquilada, en un piso sin ascensor. Subimos entre todos la maleta. La casa era agradable y acogedora. Estaba llena de fotografías. Pronto la anfitriona sacó una botella de un licor típico del otro lado del Atlántico. Aquello sabía a rayos, pero había que beberlo. La noche continuó con risas, promesas, conversaciones subidas de tono, heridas y besos. No obstante, sonó la alarma. Era la hora. Los amigos tenían que coger el bus, sin motivación, puesto que querían continuar pasando la noche con aquellas amistades efímeras. Imaginaron su vida allí, decidieron que cada noche visitarían  el mismo bar y compartirían parte de sus vidas con aquellas personas. Eso no era posible, el viaje continuaba. Era como la vida, todo pasa y ese momento desde que comenzó a sonar la alarma empezó a ser pasado.

 

A pesar del alcohol, las prisas, y la desorientación que producen las calles cuadriculadas de Barcelona, él y ella llegaron al autobús. Empezó una nueva aventura, pero eso es otra historia.

OJOS

OJOS  

Recuerdo con añoranza aquellos ojos y aquellas miradas que llenaban de vida mis horas muertas y de poesía las tardes infernales en aquella habitación

claustrofóbica. Una luz irradiaba de aquel iris, que iluminaba mis semanas. El tiempo pasaba como si montáramos en un carrusel. Era circular, siempre sucedía lo mismo y quizá fue

esa rutina la que me mantenía viva. Desapareciste. Pasaron los meses y me ahogaba en la rutina que antes amaba. 

Inmortalizaba en mi memoria aquella vez que por suerte del destino nos quedamos a oscuras en el ascensor. Tú y yo solos, no sentí miedo alguno, ni respeto a la oscuridad porque ahí estaban tus miradas para guiarme. Reíamos, conversábamos,  incluso me confesaste que estabas pasando una mala época porque habías perdido a alguien muy querido. Yo te imaginaba como un ser inofensivo, sencillo, vulnerable...

            Seguí con mi vida, Gimnasio, lectura, salir con mis amigas, mi amado karaoke, el compañero de la oficina... Buscaba en las películas algún galán que me recordara tu mirada, pero aquellos ojos eran tristes y apagados comparados con la intensidad de los tuyos.

            En algún momento conseguí olvidarte no se ni cómo ni cuándo, pero si el porqué. Fueron otros ojos los que consiguieron destellar irregularmente en mi oscuridad.  Me casé, tuve hijos. Viaje, vi cine, seguí viajando. Creo que llegué a ser feliz, muy feliz, pero anhelaba en mi inconsciente aquella habitación claustrofóbica y aquellas jornadas insufribles de trabajo, pero placenteras a tu lado.

Recapacitando podría decir que fue el recuerdo de tus ojos el que impidió que mi matrimonio terminara como es debido. También podría ser porque mi ex marido no es que echara de menos ojos alguno, sino más bien faldas algunas... aún así prefiero pensar que aquella mirada fue la causante de mi inestabilidad.

Comencé una nueva etapa acompañada de la gente de mirada triste. Volví a trabajar. Qué duro fue aquello, pero poco a poco me acostumbre a mi nueva vida.

             Un día corriendo por el parque me pareció verte, sentado en un banco, junto a un perro. No me atreví a acercarme. Además no ví señal alguna de tus ojos. Tras esa jornada me obsesioné y comencé a coleccionar ojos.

            Me hice asidua al parque, cualquier excusa era válida para pasear por él. Esperaba, anhelaba, deseaba poder ver de nuevo tus ojos negros... Y aquel 6 de marzo sucedió, sin embargo no como yo pensaba. Te ví, con aquellas gafas y de nuevo con un perro juguetón. Me acerqué a ti sigilosa, después de engatusarme y prepararme mentalmente una presentación. Cuando llegue, noté algo extraño, pero la ilusión hizo que mi perspicacia fuera menor de lo que debería de haber sido.

-Hola! Tomás! Te acuerdas de mi, soy Carolina, de la oficina.

-Uhm claro que me acuerdo de ti, ¿qué tal te va todo? ¿continúas trabajando?

-Si bueno, pero cambie de oficio, tanta estrechez me agobiaba... bueno... y eso. (él no se quitaba

las gafas, deseaba arrancárselas y al fin poder tener la luz de su mirada clavada en mí)

-Qué bien, yo tuve que dejar de trabajar, Tuve un accidente y a causa del mismo he sufrido

mucho. Perdí uno de mis ojos y la visión del otro.

            En ese momento mi mundo se fue a los pies ¿QUÉ? ¿Aquello por lo que seguía viviendo ya no existía? El destino y un Audi A4 habían acabado con esa cautivadora mirada que me mantenía ilusionada. Ël sonrió y descubrí su perfecta dentadura y sus carnosos labios... Uff un escalofrío recorrió mi cuerpo, había encontrado un nuevo faro sustituto de aquellos ojos. Me despedí tras darle mi número de teléfono, y corriendo me dirigí a casa, cogí toda mi colección de ojos y la tire a la basura, sólo me quedé con el recuerdo de aquella mirada, de aquel desdén de sus ojos cuando me dijeron adiós en el ascensor.