No tengo nada que decirte
No fue en la calle, ni en un comercio, ni en la biblioteca. ¡No! Tuvo que ser anoche, en aquel bar que nos vio besarnos por primera vez. Bajo los primeros efectos de una cerveza a destiempo, te vi entre la muchedumbre. No quería saludarte e intente escaquearme, fingiendo un malestar repentino. Huí al baño, me lavé la cara e hice tiempo contando las baldosas de la pared. Pasados unos minutos, salí y con la mirada en el suelo recorrí como un fantasma el camino que separaba el lavabo del grupo con el que iba.
Mis amigos, que a perspicaces no les gana nadie, ya se habían percatado de tu presencia en el garito. Me animaron a ir a saludarte. Les hice caso. Me plante delante de ti y salió de mi boca un hilo tenue de voz: ¡Hola!- no sabía que más decirte. Tus ojos me miraron con desdén y tu saludo sonó seco y distante. Pronto una nube de melancolía e incomodidad pareció inundarnos a los dos y sin mediar una sola palabra cada cual se dio la vuelta y decidió seguir su camino.
Lo que no puede ser, no puede ser.
0 comentarios